martes, 22 de diciembre de 2015

Arrojar un simple papel es el inicio de una ruta de contaminación

Cada año se descargan 165.000 toneladas de materia orgánica y 375.000 de residuos industriales.

Publicado Por: LIZETH SALAMANCA GALVIS
Tomado de http://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/a-donde-va-a-parar-la-basura-que-se-tira-en-la-calle/16395342


¿Es usted de los que bota el papel del dulce, la colilla de cigarrillo o el chicle que acaba de masticar a la calle? Pocas personas saben que, por más diminuta que parezca, esa basura que arrojan a las calles de las ciudades puede terminar flotando en los ríos, lagunas, e incluso, en los mares del país.

Tan solo imagínelo: un pedazo de papel o de plástico arrojado en la Plaza de Bolívar, en pleno centro de Bogotá, y arrastrado, por el viento o por la lluvia, llega hasta alguno de los 170.000 sumideros o 210.000 pozos que tiene la ciudad.

De allí viaja por algunos de los 10.000 kilómetros de longitud que componen la red, de los cuales, aproximadamente 3.000 corresponden al sistema de alcantarillado pluvial (encargado de drenar las aguas lluvias) hasta que termina o bien, en uno de los canales que hidratan los humedales de la ciudad, o bien, depositado directamente en el río Bogotá aportando ‘su grano de arena’ al alto grado de contaminación que, de por sí, ya tiene ese afluente.

Según el Ideam, cada año se descargan en ese acuífero, directamente o por escorrentía, 165.000 toneladas de materia orgánica y 375.000 de residuos industriales (sustancias tóxicas, corrosivas, plásticos de todo tipo, etc.).

Eso sin contar que cada mes, operarios de la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (Ptar) Salitre de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB), retiran más de 60 toneladas de basura que viajan por las tuberías del sistema y evitan así que esos desechos terminen en el río Bogotá.

Pero si lo hace, si esa ‘basurita’ que usted consideró inofensiva o insignificante logra saltarse los controles de limpieza de la EAAB, continuará su recorrido y a la altura del municipio de Girardot (Cundinamarca), terminará navegando por las corrientes del Río Magdalena en un viaje de 1.540 kilómetros hasta desembocar en el mar Caribe.

Un fenómeno del que surgen las llamadas ‘islas de basura flotante’ de las que alertan varias organizaciones internacionales y expertos en todo el mundo quienes estiman que, cada año son arrastradas hacia mares y océanos entre 8 y 10 millones de toneladas de basura de todo tipo, proveniente no solo desde las costas sino desde las ciudades del interior de cada país que luego terminan siendo ingeridas por las especies marinas poniendo en peligro la biodiversidad.

De hecho, el más reciente informe de Ocean Conservancy, una organización que desde hace 30 años se dedica a la limpieza internacional de costas, señala que en 2014 más de 560.000 voluntarios de 91 países todo el mundo recogieron 8 millones de kilos de basura a lo largo de 13,000 millas de playas y canales terrestres. En el top 5 de los desechos recuperados figuraron las colillas de cigarrillo, en primer lugar, seguido respectivamente, por las envolturas de comida (de dulces, papas fritas, galletas, etc.), tapas plásticas, pitillos e icopores y botellas PET.

De regreso a la ciudad

Si ese es el impacto de un desecho minúsculo, imagine ahora lo que puede provocar la basura de mayor tamaño.
En sus recorridos de limpieza y mantenimiento del sistema de alcantarillado de Bogotá, la EAAB, también encuentra latas, pañales, llantas, sofás, colchones, muebles de madera, botellas y bolsas plásticas de todas las dimensiones que han sido arrojados por la ciudadanía dentro de los canales de aguas lluvias (mal llamados caños), las alcantarillas, los colectores e incluso, las quebradas y los humedales de la ciudad. Un panorama que no difiere mucho del resto de las ciudades colombianas, grandes y pequeñas.

“Estamos hablando de 70.000 toneladas de basura que sacamos al año de esos cuerpos de agua. Eso representa unos 12.000 viajes de volquetas llenas con material recogido en los acuíferos”, señala la EAAB.

Visto desde una óptica local, la mala disposición de las basuras no solo genera contaminación hídrica sino que además, pone en riesgo el funcionamiento del sistema de alcantarillado: un solo colchón o un mueble puede bloquear por completo una alcantarilla y generar taponamientos e inundaciones en épocas de invierno lo que se traduce en sobrecostos en el mantenimiento de las redes de drenaje - solo en ese rubro, la EAAB invierte cerca 2.500 millones de pesos al año - que luego, se ven reflejados en aumentos de las tarifas de aseo para los usuarios. Y no solo eso. Los desechos acumulados en el cauce de los ríos locales provocan desbordamientos y riesgos para las comunidades ribereñas.

Escuadron de limpieza

Jhonatan Chicazá, uno de los 300 operarios de aseo con los que cuenta la compañía, asegura que en sus jornadas ha encontrado de todo, incluso, cuchillos, billeteras, prendas de vestir, tubos de PVC y animales muertos.

Tiene 25 años y hace cuatro meses trabaja en la limpieza de sumideros. Armado de tapabocas, botas de caucho, guantes gruesos, una pala, un ‘abrebocas’ y un paquete de bolsas plásticas, dice que recorre diariamente unas 20 cuadras de Bogotá sacando de los sumideros todo lo que va a parar allá. Su ‘cacería’ inicia a las 7 de la mañana y termina hacia las 11, tiempo en el que alcanza a llenar, según sus cuentas, unas 40 bolsas de basura de 6 kilos cada una. “En pocas palabras, yo me encargo de recoger la basura que la gente tira al piso simplemente porque no es capaz de guardarla en el bolsillo hasta encontrar una caneca o de reciclar donde se debe”, dice el joven durante una de sus jornadas de trabajo en los alrededores de la plaza de mercado de Las Ferias, localidad de Engativá, al occidente de la ciudad.

Su labor, se complementa con el trabajo del ‘Equipo Vactor’ quienes, con ayuda de un camión dotado de una potente máquina de presión-succión se encargan de la limpieza de alcantarillas y colectores de mayor tamaño.

Pese a esta labor, mucha basura logra ‘escapar’ y viajar por los 4,3 kilómetros de tubería subterránea que hay desde ese punto hasta el humedal Jaboque, contiguo a la cuenca del Río Juan Amarillo y en cuya entrada la EAAB instaló una rejilla con el fin, precisamente, de capturar la basura que llega hasta ese punto a través del canal de aguas lluvias que se conecta con ese cuerpo de agua y evitar así que se filtre en su interior.

“Es que este canal la gente lo cogió de basurero: les parece fácil sacar de sus casas el mueble o el colchón que ya no les sirve y tirarlo sin ninguna preocupación. Con las tiendas del sector sucede lo mismo: tiran ahí todo lo que no les sirve. Eso se acumula, el olor es insorportable y a pesar de que la rejilla evita que todo ese material entre al humedal, de todas maneras el agua se contamina y el ecosistema se afecta”, señala Cecilia Olade, habitante del barrio El Muelle.

Julio Andrés Peña, otro de los operarios de limpieza de la EAAB asegura que solo en ese tramo retira un promedio de seis colchones y 30 llantas cada mes. “Yo digo que con mi trabajo estoy ayudando al medio ambiente porque si no hiciera este oficio llegaría más contaminación a los ríos”.

Lo mismo dice Jenny Puentes, la única mujer de esa cuadrilla. “Es importante que la gente tome conciencia del destino que le da a sus propios desechos, porque no se dan cuenta que todo lo que botan está afectando las fuentes que produce el agua que ellos mismos consumen. Nosotros limpiamos hoy y mañana hay basuras otra vez”, añade Jenny.

Y está en lo cierto. No importa cuántas jornadas de limpieza se hagan ni con qué periodicidad mientras la ciudadanía no le dé una disposición correcta y responsable a sus desechos, mientras no se recicle o mientras algo tan simple como la colilla de cigarrillo o el chicle que acabamos de consumir, no tengan el lugar que merecen en la caneca de la basura.

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